En el el quinto misterio contemplamos el triunfo del Padre en el momento del juicio universal.

"Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de Dios engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz  que decía desde el trono: “ ¡Esta es la morada de Dios con los hombres! Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo, y él, “Dios-con-ellos”, será su Dios. Y enjugará las lágrimas de sus ojos; no habrá ya muerte, ni habrá llanto, ni gritos, ni fatiga, porque el mundo viejo ha pasado”. (Ap. 21, 1-4).

Juan ve “un nuevo cielo y una nueva tierra”: es el hombre regenerado en el cuerpo y en el espíritu, y por lo tanto capaz de acoger a la Divinidad que desciende del cielo. Es el Padre- y en Él todo el cielo, todo el paraíso, la nueva Jerusalén- que viene a tomar posesión de su nueva morada: el corazón del hombre.
Es la plenitud de la Vida que se establece en el hombre y que elimina todo lo que tiene sabor a muerte (“no habrá ya muerte, ni luto, ni lamento, ni fatiga”). Es el Padre que viene a hacer “un mundo nuevo” (Ap. 21, 5) en una nueva creación, y que da la Vida a quien la desea, es decir a todos, para que todos tengan sed de Vida.
Finalmente el hombre reconocerá a su Padre en Dios: “Esta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él, y él será hijo para mí” (Ap. 21, 7).
No se trata de la situación del hombre en el otro mundo, después de la muerte, sino en este mundo: efectivamente, no es el hombre que sube hacia la Jerusalén celestial sino el contrario. No es el hombre que va a poner su morada en el paraíso, sino el Padre – y con Él todo el Paraíso – que baja para poner su morada en el hombre.
Es la realización del “Dios con nosotros” presentado en toda la Escritura.
Lo que Juan “ve” en la profecía, con el ojo del espíritu, un día lo verán todos: será el gran día del juicio universal; son los días descritos por Mateo en su Evangelio:  Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. El enviará a sus ángeles con sonora trompeta y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el otro. (Mt. 24, 30-31).
¿Con qué tipo de “potencia” vendrá? Con la del Padre. La potencia es el atributo específico de Dios Padre: “Dios Padre todo Poderoso” decimos en el Credo. SU potencia es creadora, regeneradora, potencia de Amor, de Luz… Claro que no vendrá para destruir porque el Padre crea, no destruye; no vendrá para castigar porque el Padre es Misericordioso; no vendrá para añadir tinieblas a las tinieblas porque el Padre es Luz que genera y da Luz. Vendrá y “consumirá el velo que cubre a todos los pueblos y la cobertura que cubre a todas las gentes” (Is. 25, 7) y que impedía a los hombres verLo y por lo tanto amarLo. Finalmente veremos a Dios como es: Padre, infinitamente Padre, sólo capaz de amar y de ejercer su Omnipotencia de Amor para superar en amor el “mal” que le había arrebatado a sus hijos, que El quiere nuevamente abrazar, para donarse a cada uno de ellos, para hacer de todos sus hijos uno Consigo, con el Hijo y con el Amor.
Finalmente será atendida la solicitud que Jesús nos enseñó a hacer en el Padre Nuestro “Venga tu Reino (de Amor) hágase Tu Voluntad (de Amor) así en la tierra como en el cielo”.
El cielo y la tierra se besarán. La Ciudad de Dios, la nueva Jerusalén, tomará el puesto de Babilonia sin Dios.