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INTRODUCCIÓN

Muy queridos niños,

Existen muchos libros, películas o páginas web que hablan de Fàtima, pero en ellos, lo que sucediò a los tres pastorcillos, està narrado generalmente como un hermoso cuento de hadas, lejano en el tiempo, y que no tiene mucho que ver con ustedes y con la realidad de hoy, además de no profundizar en su significado espiritual.

En cambio las apariciones de Fàtima son una estupenda realidad que no solo concierne a Lucìa, Francisco y Jacinta sino a todos los niños del mundo, y en particular a tì, pequeño lector, que tienes que continuar viviendo en tu mundo el mensaje de Amor de la Mamá del Cielo.

Efectivamente, la Virgen, no teniendo más confianza en los “grandes”, se dirige a los “pequeños” de todos los tiempos  y de cada naciòn, y los invita a darse a Ella y a rezar el Rosario para resolver las cosas más importantes del mundo. Los invita a rezar para que terminen las guerras y la violencia; para que todos los hombres se vuelvan buenos y se amen: para que venga finalmente la Paz universal.

En este libro estàn relatadas al pié de la letra las palabras de las apariciones. El breve comentario tiene el fin de penetrar en lo vivo del mensaje de Fàtima, que la Mamà del Cielo ha dirigido también a ustedes, niños, con claridad y realismo.

Antes que nada, sepan que la Virgen no los trata como niños capaces solo de jugar, sino que quiere establecer con ustedes una relación verdadera y profunda, como se hace con las personas grandes y serias.

Para nuestra Mamà del Cielo las personas màs importantes del mundo son ustedes, no importa si son ricos o pobres, si son bellos o solo graciosos. Ella los estima porque todavía tienen aquellas virtudes que hacen al hombre verdaderamente digno de estimaciòn: la inocencia, la lealtad y la generosidad.

Ella se acerca a ustedes y - con el màximo respeto a su libertad - los invita a consagrarse al Papá del Cielo, es decir a darse a Él, y a rezar cada dìa el Rosario por la paz en el mundo, para volver buenos a todos los hombres y para consolar el Corazòn de Dios Padre, ofendido por los pecados.

Viene para pedir su ayuda para establecer en el mundo una “era de Paz”, es decir, un tiempo larguìsimo en el cuàl los hombres se daràn cuenta de la propia dignidad y se amaràn, amaràn a Dios como al propio Padre y Creador, y a Marìa como a la màs dulce de las madres. Habrà finalmente una sola familia, sin divisiones por causa del color de la piel o de las diferencias de idiomas y de cultura.
Para estas cosas inmensas Ella viene para pedir la ayuda de los niños: su ayuda. ¿Quieren ayudar a la Mamà del Cielo?

Si están dispuestos a dar su “SI”, como los tres pastorcillos de Fàtima, tienen que hacer dos cosas:

1° - Consagrarse al Papá del Cielo, es decir, darse a Él con libre y plena voluntad. Para esto será suficiente que le digan, con toda el alma: - ¡Papá, me doy a ti!
Con esta oracioncita ustedes se dan para siempre a Él. A cambio de este “regalo” de ustedes Él se empeñará en salvar a todos los hombres.

2° - Ademàs, tienen que rezar el Rosario cada dìa, y preocuparse para que también otros amigos suyos lo recen. Formarán de este modo los “Nidos de Oraciòn”, es decir, grupos de niños que se reunen cada dìa, o por lo menos una vez a la semana, para rezar juntos el Rosario, en donde sea posible: en la iglesia, en la casa de alguno de ustedes, en los hospitales donde se encuentran los niños enfermos, en la calle, en la escuela, durante un paseo, en las pausas de los juegos...

*  *  *

Queridos niños mìos, leyendo poco a poco estas pàginas comprenderán mejor lo que estamos diciendo: la Virgen solo necesita niños que sepan amar con todo el corazòn, donàndose a Ella para el bien de los hermanos.


LOS TRES PASTORCILLOS

Lucìa, Francisco y Jacinta: tres niños como muchos otros. Pero sobre ellos el Amor de Dios tenìa unos planes muy particulares, y efectivamente ellos se volvieron los actores de la màs espléndida aventura que pueda vivir una criatura humana: ver los Angeles y la Santa Virgen, hablar con ellos, ser penetrados por la Luz de Dios y volverse testigos del Amor y de la Fé en un mundo sin Dios, y por lo tanto lleno de odio.

Nacieron en Fàtima, un pueblito pequeño de Portugal. En la época de nuestra historia, en 1917, Lucìa tenìa diez años, Francisco casi nueve y Jacinta siete; estos ùltimos eran hermanos y primos de Lucìa. No iban a la escuela porque, siendo muy pobres, ayudaban  a sus familias llevando a pastar a las ovejas que poseìan.

Siguiendo  las descripciones de sus parientes y los testimonios de los que los conocieron, podemos hablarles en manera bastante exacta de estos pequeños. Comenzamos con Lucìa:

LUCIA

Nació el 22 de Marzo de 1907. Sana y robusta, cabellera poblada y negrìsima, nariz un poco aplastada, labios gruesos y boca grande, no era de facciones delicadas. El único atractivo en su rostro moreno y redondo eran los grandes ojos negros que brillaban bajo las pobladas cejas.

De ìndole dulce, y fuerte al mismo tiempo, ejercìa una atracciòn particular en sus primos y era siempre ella la que tomaba las decisiones acerca del lugar a donde llevar a pastar a las ovejas, de los juegos que jugar, del modo de emplear el tiempo en las largas jornadas de verano mientras los padres estaban en el trabajo. La hermana de Lucía, Marìa dos Anjos narra de ella: «Lucìa amaba mucho a los pequeñitos y ellos se encariñaban con ella; a menudo reunìa hasta diez o doce en el patio de su casa y organizaba con ellos procesiones, hacìa altarcitos, jugaban a los botones, al escondido, a las piedras, a correr al que huye, y cuando estaban cansados se sentaban a la sombra de las higueras y ella comenzaba a contar historias sin fin, algunas que habìa oìdo y otras que se inventaba».

Inteligentísima y con una memoria tenaz, sacaba material para sus cuentos de las lecciones de catecismo que la madre le daba todas las noches a sus hijas y a otros niños. Narra siempre la hermana Marìa dos Anjos: «Nuestra madre sabìa leer pero no sabìa escribir. Todas las noches, especialmente en invierno, nos leìa un pedazo del Antiguo Testamento o del Evangelio, o también alguna anécdota sobre las apariciones de Lourdes. Durante la Cuaresma, las lecturas trataban de la Pasiòn de Nuestro Señor. Lucìa aprendìa todo de memoria y después se lo contaba a los pequeños».

Aprendiò tan bien el catecismo que apenas a la edad de seis años pudo recibir la Primera Comuniòn, mientras que a los demàs niños no se le permitìa antes de los diez años.

Muy sociable y franca, afectuosìsima con el papà y con la mamà, encontraba siempre la manera de hacerse amar. Entre las contemporàneas ella resaltaba - ademàs de la personalidad - también por una punta de vanidad en el adornarse para las fiestas con particular elegancia y buen gusto. «Verdaderamente - escribiò después ella misma - la vanidad era mi mayor defecto».
Teresa Matìas, una antigua compañera, dice de ella: «Lucìa era muy alegre. Nos amaba mucho y asì nosotros gozàbamos estando con ella. Era muy inteligente, cantaba y bailaba bien y sabìa enseñarnos hermosas canciones. Todos nosotros le obedecìamos».

FRANCISCO

Ojos obscuros, carita redonda, boca pequeña, mentòn lleno: no tenìa en él rasgos duros, caracterìsticos de los serranos. Naciò el 11 de Junio de 1908.

De caràcter excepcionalmente afable y pacìfico, era alegre y amable con todos; le gustaba jugar como todos los muchachos del mundo, pero siempre sin polemizar, y preferìa ceder antes que pelear. Pero esto no quiere decir que no tuviera energìa y valor, por el contrario no demostraba miedo de ir solo, de noche, en cualquier lugar obscuro.

De conciencia delicadìsima y recta, no hacìa nunca lo que no consideraba honesto: una vez la mamà le ordenò de llevar el rebaño a un terreno de propiedad de la madrina Teresa, pero a la cuàl no se le habìa pedido el permiso porque estaba ausente. Francisco se negò a ir, y le respondiò serio a la madre, que le diò un sonoro bofetòn por su negativa: «Madre mìa, ¿quizàs es que quiere que aprenda a robar?» Llevò las ovejitas a aquel lugar solo al dìa siguiente, después de haberle pedido permiso a la madrina.

De caràcter franco e incapaz de fingir, mostraba una madurez mayor para su edad. «Habrìa sido un hombre», decìa de él su mamà Olimpia.

Alma contemplativa, no se cansaba nunca de admirar las bellezas de la Creaciòn, particularmente el inmenso cielo estrellado y el esplendor del sol al levantarse y en el ocaso.

Alma de poeta, pasaba horas y horas tocando su flauta de caña, sentado sobre una piedra. Amaba todos los animales, pero especialmente los pajaritos, de los cuales le gustaba imitar los gorjeos, y no soportaba que los quitaràn del nido. Un dìa viò a un compañero con un gorriòn en las manos, y logrò hacerselo dar en cambio de una moneda, y después lo dejò volar diciéndole: «¡Tén cuidado, que no te cojan otra vez!»

Un episodio idéntico, y casi con las mismas palabras, pueden leerlo en la vida de San Francisco de Asis. El pequeño Francisco de Fàtima no conocía esto, y probablemente no habìa ni siquiera oìdo hablar mucho de su santo patrono; pero Dios, que llena de sì a cada alma dispuesta a aceptarLo, se divierte a veces en renovar - siempre igual y siempre nuevo - estos prodigios: después de setecientos años, en el pequeño pastorcillo de Fàtima palpitaba el mismo Espìritu de Amor por el sol, las plantas, los animales, y
por todas las criaturas, que vibraba en el rico y brillante mercante de Asis.

JACINTA

Era la màs pequeñita de los tres pues naciò el 11 de Marzo de 1910. Ojos claros muy vivaces, lineamentos regulares, cara redonda, labios delgados; era muy parecida al hermano en el aspecto exterior, pero muy distinta de él en el caràcter: efectivamente, aùn si era tratable durante los juegos se dejaba dominar facilmente por los antojos; en esos casos no habìa otra cosa que hacer que ceder y hacer lo que ella querìa. Extraordinariamente sensible se conmovìa hasta las làgrimas cuando oìa narrar los sufrimientos de Jesùs, y repetìa: «Pobre Jesùs, no debo cometer más pecados, no quiero que Jesùs sufra màs».

Como su hermano Francisco - y quizàs màs - estaba enamorada de la naturaleza, de las flores, de los animales, especialmente de las ovejitas que llamaba por su nombre y de los corderitos a los que amaba llevar en brazos y besar con ternura. Dotada de un exquisito sentido musical, a menudo hacìa resonar por los campos su voz melodiosa, entonando los armoniosos cantos religiosos de su tierra; tenìa una verdadera pasiòn por la danza y un excepcional sentido del ritmo: apenas Francisco, o cualquier otro pastorcillo entonaba una melodía, ella comenzaba a danzar junto con Lucìa, con una gracia y una vivacidad ùnicas.

Unida a la primita con una profunda amistad trataba siempre de estar con ella. Asì fué que, cuando Lucìa tuvo el encargo de parte de los padres de llevar las ovejitas a pastar, ella no dejò ni respirar a la mamà hasta que obtuvo el permiso de seguirla con el pequeño rebaño de su familia, junto con el hermanito Francisco.

Asì como Francisco ella tenìa un amor total por la verdad, y reprochaba a su madre cuando esta, por ejemplo, decìa que iba a un lugar y después iba a otro: «Oh, mamà, haz mentido... ¡decir mentiras es una cosa fea!». Si cometìa cualquier falta se excusaba enseguida y prometìa que no lo harìa màs.

*  *  *

Los pastorcillos eran tres niños como ustedes, pequeños lectores. Como era tradiciòn en cada familia de Fàtima, todos los dìas rezaban el Rosario; pero para poder disponer de màs tiempo para el juego habìan ideado un nuevo sistema para rezarlo. Efectivamente Lucìa nos narra: «Nos habìan recomendado que después de la merienda rezàramos el Rosario; pero como el tiempo para el juego nos parecìa siempre demasiado corto encontramos el modo de terminarlo ràpido. Recorrìamos el rosario diciendo Ave Marìa, Ave Marìa, y al final del misterio decìamos sosegadamente el Padre Nuestro, terminando asì, brevemente, nuestra oraciòn».

Como ven tenían muchas virtudes, pero también defectos. Precisamente como ustedes. Fué la Virgen la que transformò a estos niños en tres heroes de santidad, invitándolos a ayudarla para que venga el Amor al mundo. Desde el momento en que dijeron su “Sì” y se consagraron a Ella, empeñàndose en “sacrificarse y  rezar” por los pobres pecadores y por la Paz en el mundo comenzó su gozosa aventura.

La Virgen harà lo mismo con ustedes, mis pequeños amigos, si se dieran  a Ella y rezaran el Rosario. 

 


LAS APARICIONES DEL ANGEL

Los tres pastorcillos fueron preparados al encuentro con la Virgen por un espléndido Angel que se presentò ante ellos como el Angel de la Paz, el Angel de Portugal. Tres veces se les apareciò y hablò con ellos. 

Primera apariciòn del Angel

Era el año 1915 cuando un dìa, al ocaso, mientras los tres niños estaban jugando, sintieron una ràfaga de viento repentina y vieron que se acercaba una luz màs blanca que la nieve, en forma de un joven bellìsimo que los tranquilizò diciéndoles: «No temàis: soy el Angel de la paz; rezad conmigo». Y arrodillándose con el rostro hasta el suelo repitiò tres veces esta oraciòn, que los niños, también ellos postrados en el suelo, rezaron con él: «Dios mìo, yo creo, adoro, espero y os amo. Pido perdòn por todos lo que no creen, no adoran, no esperan y no os aman». Después se levantò y dijo: «Rezad asì. Los Corazones de Jesùs y de Marìa acogen sus sùplicas». Y desapareciò.

Las palabras del Angel se imprimieron en la mente de los pastorcillos en manera tan profunda que desde ese momento en adelante se ponìan a menudo en esa incòmoda posiciòn por largo tiempo, y repetìan aquella oraciòn hasta caerse de cansancio. 

Segunda apariciòn del Angel

Pasaron algunos meses y, después del primer entusiasmo, los niños volvieron a los viejos juegos. En pleno verano, entre Julio y Agosto del año 1916, mientras estaban jugando alrededor del pozo, en el huerto de Lucìa, vieron de repente el mismo Angel cerca de ellos, que les recordò de rezar y de hacer penitencia: «¿Qué estàis haciendo? Rezad, rezad mucho. Los Corazones de Jesùs y de Marìa tienen sobre ustedes planes de misericordia. Ofreced constantemente al Altìsimo oraciones y sacrificios».

«¿Como nos tenemos que sacrificar?» preguntò Lucìa. «De todo lo que podàis ofreced sacrificios al Señor en acto de reparaciòn por los pecados con los cuales es ofendido, y de sùplica por la conversiòn de los pecadores. Atraed de este modo la paz sobre su patria. Yo soy su Angel de la Guarda, el Angel de Portugal. Sobretodo aceptad y soportad con sumisiòn los sufrimientos que el Señor os mandarà».

Antes de desaparecer el Angel aclarò mejor su invitaciòn a la penitencia y a los sacrificios: «Los sacrificios de los niños son muy queridos al Señor: son potentes para la conversiòn de los malos.

«Estas palabras - escribiò después Lucìa - se imprimieron en nuestro espìritu como una luz que nos hacìa comprender quién era Dios, cuanto nos amaba y cuanto querìa ser amado, el valor del sacrificio, hasta que punto este le agradaba y como, a través de eso, El convierte a los pecadores. Es por esto que, a partir de ese momento, comenzamos a ofrecerle a Dios todo lo que nos mortificaba, sin embargo sin afanarnos en buscar otras penitencias o sacrificios, excepto el de pasar horas y horas postrados en el suelo repitiendo la oraciòn del Angel». 

Tercera apariciòn del Angel

Pasaron todavìa algunos meses. Era ya el otoño de 1916; un dìa los niños acababan de rezar el Rosario y, de rodillas, con la frente en el suelo, repetìan la oraciòn del Angel: «¡Dios mìo, yo creo, adoro, espero y os amo! Os pido perdòn por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman».

De repente fueron envueltos por una luz resplandeciente y vieron al Angel con un Caliz en la mano, y arriba una Hostia de la cuàl caìan en el Caliz gotas de sangre. Dejando el Caliz y la Hostia suspendidos en el aire, el Angel se arrodillò cerca de los tres niños y los hizo repetir tres veces esta oraciòn: «Santìsima Trinidad, Padre, Hijo y Espìritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosìsimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los Tabernàculos del mundo, en reparaciòn de los ultrajes, sacrilegios e indiferencia con los cuales El es ofendido. Y por los méritos infinitos de Su Sagradìsimo Corazòn y del Corazòn Inmaculado de Marìa, os pido la conversiòn de los pobres pecadores».

Después se levantò y tomò la Hostia y se la diò a Lucìa, mientras que a Francisco y Jacinta diò de beber el contenido del Caliz diciendo: «Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad el delitos de ellos y consolad a vuestro Dios». Arrodillàndose de nuevo con el rostro en el suelo el Angel repitiò todavìa tres veces la misma oraciòn junto con los niños, y después desapareciò.

Los tres pastorcillos se quedaron postrados para repetir la oraciòn que el Angel les habìa apenas enseñado, hasta cuando Francisco se diò cuenta de que se habìa hecho ya de noche y que era hora de regresar a la casa.

*  *  *

Llegados a esta punto, ustedes niños, se preguntarán: - Pero, ¿quienes son los Angeles? - ¿Tienen un cuerpo como nosotros? - ¿Qué significado tienen las oraciones del Angel?

Los Angeles son seres espirituales, es decir sin cuerpo, que estàn siempre delante de Dios en el Cielo, en una dimensión espiritual, y lo aman, lo sirven, lo glorifican. Son una centella del gran fuego de Luz y de Amor que es Dios mismo. Son bellìsimos en el esplendor, y forman la alegrìa de Dios que les comunica Su bondad, Su belleza y Su potencia.

Ellos aman tanto al buen Dios, y también a nosotros los hombres que nos consideran como hermanos. Sabemos que cada hombre, desde el momento en que comienza a vivir, es confiado a un Angel, que està cerca de él hasta cuando muere. Este Angel es el Angel de la Guarda, que tiene la tarea de protegernos del mal, de iluminarnos con su consejo, de enseñarnos a amar a Dios, de guiarnos hacia el Cielo, nuestra patria comùn. Allì conoceremos a nuestro Angel y entenderemos cuanto bien él nos ha hecho en la tierra; le agradeceremos y juntos alabaremos a Dios, nuestro Padre comùn.

A menudo Dios manda a los Angeles a la tierra para misiones especiales. Ellos manifiestan su presencia con la luz o con otros modos, pero la mayor parte de las veces toman el aspecto humano.

En la Sagrada Escritura el Angel se mostrò al profeta Daniel con figura de hombre; al joven Tobìas se le presenta como un contemporáneo que lo acompaña en un largo viaje, ayudàndolo y defendiéndolo de muchos peligros. En el caso de Fàtima, teniendo que mostrarse a niños, el Angel tomò la semejanza de un jovencito.

En algunos casos los Angeles
se han hecho ver con las alas; esto no porque tengan alas sino porque quieren hacernos entender que estàn tan listos para obedecer al buen Dios que “vuelan” desde el Cielo a la Tierra para hacer lo que El manda. Y también para recordarnos que la patria de ellos no es la tierra sino el Cielo, del cuàl provienen y al cuàl nos guìan.

¿Qué significado tienen las oraciones que el Angel le enseñò a los niños?
En la primera: “Dios mìo, yo creo, adoro, espero y os amo pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman” quiere recordarnos que Nuestro Padre del Cielo està triste porque gran parte de sus hijos en la tierra no creen en El, no corresponden a Su inmenso Amor de Padre que los ha creado y salvado. Fiel a Su Amor, el Padre manda a su Angel para decirle a los niños que lo amen también por parte de los que no Lo aman y Lo ofenden; es màs, los invita a pedir perdòn por estos hermanos màs grandes que Lo odian y que blasfeman. Por estas mismas intenciones la Virgen le pidiò a los pequeños el “ofrecerse a Dios... en acto de reparaciòn por los pecados con los cuales es ofendido”.

A los hijos ingratos que forman el ejercito de los enemigos de Dios, y que Lo ofenden y Lo amargan, la Mamà del Cielo quiere contraponer un ejercito de niños que creen en El, Lo aman y Lo consuelan. Es la gran “Armada Blanca” en la cuàl la Virgen reune a todos los niños del mundo bajo la custodia de los Angeles, para convertir a los pecadores, es decir para hacer regresar al Corazòn del Padre a todos los hijos que se habìan alejado por causa del pecado.

En la segunda oraciòn: “Santìsima Trinidad, Padre, Hijo y Espìritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosìsimo Cuerpo, Sangre y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los Tabernàculos del mundo, en reparaciòn de los ultrajes, sacrilegios e indiferencia con los cuales El es ofendido; y por los méritos infinitos de su Sagradìsimo Corazòn y el Corazòn Inmaculado de Marìa os pido la conversiòn de los pobres pecadores”, el Angel quiere recordarnos que Jesùs està realmente presente en la Eucaristìa, y quiere invitarnos a amarLo y a reparar las muchas ofensas que Le hacen  en este  Sacramento.

Los niños de Fàtima entendieron bien lo que el Angel les habìa pedido. Cuando los padres decidieron de mandarlo a la escuela, Francisco, sabiendo que iba a morir dentro de poco, preferìa quedarse en la iglesia y le decìa a Lucìa: «Oye, tù vete a la escuela. Yo me quedo aquì, en la iglesia, cerca de Jesùs escondido». Y Jacinta, mientras que viviò con las monjas en Lisboa, a donde fué llevada para ser operada, se hacìa conducir a un cuartito desde el cuàl podìa ver el Tabernàculo, y pasaba horas y horas haciéndole  compañía a «Jesùs solo».
Niños queridos, cerramos este discurso sobre los Angeles haciéndoles notar que los pastorcillos fueron preparados precisamente por el Angel para el encuentro con Jesùs Eucaristìa y con la Virgen. Por lo tanto es bueno que nos consagremos al Angel para que nos guìe hacia Jesùs y Marìa. Podemos hacerlo con esta simple oraciòn: “Hermano mìo, dame la mano, llévame a Dios”.

 


Primera apariciòn de la Virgen 13 de Mayo de 1917


Y ahora, niños, escuchen lo que sucediò cuando los tres pastorcillos - preparados por el Angel - comenzaron a ver a la Virgen.

Habìa un sol espléndido aquel 13 de Mayo de 1917. Lucìa, Francisco y Jacinta, después de haber rezado el Rosario y después de haber almorzado, estaban jugando a construir casas con piedras. De repente, contaron ellos, más o menos al mediodìa oyeron un ruido como un trueno, y vieron una luz vivìsima: un “relàmpago”. Temiendo que viniera una tormenta, se apresuraron a reunir el rebaño para regresar a casa, cuando un segundo relámpago los detuvo: sobre un pequeño  árbol vieron entonces una nubecilla blanca y, sobre ella, una Señora de indescriptible belleza, vestida de blanco, «màs esplendorosa que el sol». Los pequeños quedaron extasiados, y también asustados por la inesperada apariciòn; pero la Señora los tranquilizò: «No tengàis miedo, no quiero haceros mal».

La sonrisa un poco triste, quizàs también en reproche por la poca confianza en Ella, y la voz dulcìsima de la Señora alejaron todo temor.
Lucìa tomò confianza y con la curiosidad tìpica de los niños que quieren saber todo, y que siempre preguntan «¿por qué?», comenzò con una serie de preguntas: «¿Quién sòis? ¿De donde venìs? ¿Que queréis de nosotros?». «Yo soy del Cielo. Vine para pediros que vengàis aquì el dìa 13, por seis meses de seguido, siempre a la misma hora. Después os diré quién soy y lo que quiero». «¿Y yo iré al Cielo?» acosò Lucìa. «Sì, iràs», le asegurò la Señora. «¿Y Jacinta?». «También ella.» «¿Y Francisco?» «También él, pero primero tiene que rezar muchos Rosarios».
Lucìa se acordò entonces de dos muchachas del pueblo, que habìan muerto hacìa poco: «¿Y Marìa do Rosario das Neves està en el Cielo?»  preguntò. «Sì, ella està en el Cielo».  «¿Y Amelia?»  «Està todavìa en el Purgatorio».

Con maternal paciencia y condescendencia la Señora respondiò a la serie de preguntas de la niña. Después, también Ella hizo una pregunta de su parte a los niños: «¿Queréis ofreceros a Dios, dispuestos a soportar todos los dolores que El os enviarà, en acto de reparaciòn por los pecados con los cuales es ofendido, y de sùplica por la conversiòn de los pecadores?»

Esta es la pregunta màs seria e importante que se pueda hacer a una criatura humana. Los niños fueron invitados a ofrecerse a Dios, en un incondicional acto de amor, dispuestos a aceptar cualquier sufrimiento por la salvaciòn de todos los hombres. Después de un instante de indecisiòn, Lucìa respondiò decidida también en nombre de los primitos: «Sì, queremos» «Bien, continuò la Señora, tendréis que sufrir mucho, pero la gracia de Dios serà su consolaciòn».

«Al pronunciar estas palabras, comentò Lucìa, Ella abriò las manos, comunicàndonos una luz muy intensa como un reflejo que de Ella partìa y que nos penetraba en lo ìntimo del alma. Aquella luz era Dios». Por algunos instantes los niños quedaron sumergidos en aquel mar de luz que la Virgen les habìa comunicado; después la Señora añadiò: «Rezad el Rosario todos los dìas para obtener la paz al mundo y  el final de la guerra».

«Comenzò entonces a elevarse, continua Lucìa, subiendo lentamente hacia oriente hasta desaparecer en la inmensidad del espacio»

LA NUEVA ANUNCIACION. LA CONSAGRACION

En esta primera apariciòn la Virgen le pidiò a los niños que se donaran a Dios totalmente, como habìa hecho Ella.

En la Anunciaciòn el Angel Gabriel invitò a Marìa a consagrarse a Dios, es decir a donarse a El, para hacer nacer en el mundo el Amor. Ella dijo «Sì»; el Espìritu Santo penetrò en Ella envolviéndola de Luz, y naciò Jesùs en su seno.

En Fàtima fué la Mamà del Cielo la que invitò a los niños a consagrarse, a donarse a Dios. Ellos también, como Marìa, respondieron «Sì» y fueron penetrados y envueltos por la Luz del Espìritu Santo Dios que Ella emana. Naciò asì Jesùs en sus corazones. ¿Pero, quién es Jesùs? Jesùs es el Amor, la Bondad, la Paz. Los tres pastorcillos, desde entonces en adelante, fueron una fuente de Amor, de Luz y de Paz para todos los hombres. Asì comenzaron a preparar la Era de Paz para todo el mundo.

En este punto ustedes quizás me preguntarán: ¿Pero, es posible que un «Sì» de algunos niños pueda obtener tanto? Es posible. Y la Virgen, para demostrarlo, prometiò que salvaría a Portugal de la segunda guerra mundial gracias al «Sì» de Francisco, Jacinta y Lucìa. Y así lo hizo.

Ahora yo les pregunto, mis pequeños lectores: ¿La Virgen querìa dirigir su invitaciòn solo a los tres pastorcillos o a todos los niños del mundo? ¡Querìa dirigir su invitaciòn a todos los niños!

Entonces hagamos juntos otra reflexiòn: Si con tres niños que se donaron a Ella, la Virgen salvò a una nación entera de la guerra, ¿con el «Sì» de millares de niños no salvarà Ella a todo el mundo?

La Virgen llama hoy a cada uno de ustedes para que la ayuden a salvar el mundo. También a ustedes dirige la invitaciòn que hizo a los tres pastorcillos: «¿Quieren ofrecerce a Dios, dispuestos a soportar todos lo dolores que El les querrà enviar, en acto de reparaciòn por los pecados con lo cuales es ofendido y de sùplica por la conversiòn de los pecadores?»

La Mamà del Cielo espera su generosa respuesta: «¡Sì, lo queremos!» Piensen que estaba muy triste cuando le preguntò a Lucìa, Francisco y Jacinta si querìan ayudarla ofreciéndose ellos mismos; pero cuando Lucìa respondiò: «¡Sì, lo queremos!», se iluminò con una sonrisa estupenda, contenta de haber encontrado finalmente quién quisiera amarLa con todo el corazòn.

Si también ustedes quieren ayudarla, como hicieron los tres pastorcillos; si quieren permitirLe de continuar en ustedes el milagro de la Anunciaciòn; si quieren hacer regresar la sonrisa en el rostro de la Virgen, tan triste por los pecados de los hombres, denle también ustedes su «Sì» y conságrense  a Ella: «¡Madre, te doy mi corazón y mi voluntad, para la eternidad, salva a la humanidad!».


Segunda apariciòn de la Virgen 13 de Junio de 1917


Era el 13 de Junio. Màs o menos a las 11:00 A.M. los tres niños se dirigieron al lugar de la celestial cita, en donde se encontraban reunidas en recogimiento unas cincuenta personas. De rodillas rezaron el Rosario.

De repente Lucìa gritò: «Ya se viò el relàmpago; ahora la Señora viene».
Algunos instantes después, dirigiéndose a la Virgen, Lucìa iniciò el diàlogo que oìa solo Jacinta: «¿Qué queréis de mì?» «Quiero que regreséis aquì el 13 del pròximo mes, que rezéis cada dìa el Rosario para obtener la paz; ¡solo con el Rosario podrà venir a la tierra la ayuda del Cielo! Después de cada misterio del Rosario decid: “Oh Jesùs mìo, perdona nuestras culpas, lìbranos de las penas del infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las màs necesitadas de tu misericordia”. También quiero que tu aprendas a leer».

Lucìa pidiò la sanaciòn de una persona enferma. «Si se convierte se sanarà en este año», respondiò la Señora. «Quisiera perdirle que nos lleve al Cielo», dijo todavìa Lucìa. «Sì, a Jacinta y a Francisco vendré a buscarlos pronto. Pero tù te quedaràs aquì abajo todavìa por algùn tiempo. Jesùs quiere servirse de tì para hacerme conocer y amar. El desea instituir en el mundo la devociòn a mi Corazòn Inmaculado».

«¿Entonces me quedaré sola?» exclamò la niña asustada y entristecida. «No, hija. No te desanimes. Yo no te abandonaré nunca. Mi Corazòn Inmaculado serà tu refugio y el camino que te conducirà a Dios».

Al decir estas palabras Ella abriò las manos, como habìa hecho en la apariciòn anterior, y de nuevo les comunicò aquella luz inmensa en la cuàl los niños se vieron como sumergidos en Dios. De los dos haces de luz que venìan proyectados por las manos de la Virgen, uno subìa hacia el Cielo - y en este estaban Francisco y Jacinta - el otro se esparcìa sobre la tierra e iluminaba a Lucìa.

Delante de la palma de la mano derecha de la Virgen habìa un corazòn rodeado de espinas que lo herìan profundamente. «Comprendimos, comentò Lucìa, que era el Corazòn Inmaculado de Marìa, ultrajado por los pecados de los hombres, por los cuales hay que hacer reparaciòn».

La Señora se elevò del arbolito y subiò hacia oriente, hasta que desapareciò de la mirada de los pastorcillos. Los presentes notaron que los ramos del arbolito, sobre el cuàl estaba apoyada la Virgen, se recogieron y se doblaron también en esa direcciòn como si el borde del manto de la Señora los hubiese doblado y arrastrado. Pasaron varias horas antes que las hojas regresasen a su posiciòn natural.

LA PAZ Y EL ROSARIO

Queridos niños, han comprendido que las apariciones de Fàtima son un mensaje de Paz. Las primeras palabras del Angel fueron: «Yo soy el Angel de la Paz», y la Virgen en esta apariciòn dijo: «Rezad cada dìa el Rosario para obtener la paz».

¿Qué significa la palabra «Paz»? Quiere decir “no-guerra” , de acuerdo; pero también quiere decir algo màs vasto y màs profundo. Puede ser que un pueblo no esté en guerra con otros pueblos, pero esto no quiere decir que no haya violencia, odio, injusticia, maldad; y esto no es paz.

La Virgen y los Angeles son la voz de Dios, y cuando Dios habla de Paz quiere decir Paz en los corazones: es decir que no haya voluntad de mal, de odio hacia los otros hombres, que genera violencia y guerra; que no haya el odio a Dios, que empuja al hombre a la desobediencia a sus Mandamientos y por lo tanto al pecado.

La Virgen nos asegura que vendrà un tiempo en el cuàl todos los hombres tendràn esta voluntad de Paz, por lo que se amaràn como hermanos y amaràn a Dios como Padre. Pero para que esto suceda es necesario que se rece el Rosario: «Rezad el Rosario todos los dìas para obtener la Paz; solo con el Rosario podrà venir a la tierra la ayuda del Cielo...» dijo la Virgen en esta segunda apariciòn.

¿Por qué el Rosario tiene esta fuerza tan grande, ùnica? La respuesta es simple: cuando rezamos el Rosario sucede una fusiòn entre nosotros y la Virgen, y es Ella la que reza con nosotros, en nosotros. Para comprender mejor esto vayamos a la primera apariciòn de Lourdes y reflexionemos sobre la narraciòn que Bernardette hizo del primer encuentro con la “Señora”:

«Sin darme cuenta de los que estaba haciendo saqué el Rosario del bolsillo y me arrodillé. La Señora aprobò con un gesto de la cabeza y tomò entre los dedos las cuentas del Rosario que tenìa en el brazo derecho... La Señora me dejò rezar sola: sì pasaba los dedos sobre las cuentas del rosario pero no hablaba: solo al final de cada decena me acompañaba en decir: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espìritu Santo...”. Cuando el Rosario fué rezado la Señora volviò a entrar en el interno de la roca y la nube de oro desapareciò con Ella».

En los primeros encuentros entre la muchachita y la Virgen, ni siquiera una palabra; solo el Rosario: aquel unirse a la oraciòn de la niña, haciendo pasar entre los dedos las cuentas de su gran rosario es màs elocuente que cualquier palabra: esto nos hace comprender que Ella està presente por doquiera  se rece el Rosario, y que se une al rezo del mismo en modo de hacer “nuestra” “su” oraciòn. Y Ella obtiene de Dios todo lo que Le pide.

Por este motivo Lucìa de Fàtima escribiò: «... no hay problema material, ni espiritual, nacional o internacional que no se pueda resolver con el santo Rosario».

Si esto vale para todos, mucho màs vale para la oraciòn de ustedes los niños. A ustedes el Papa Pablo VI les dijo: «Si rezàis, sin dudas el Señor os escucharà. Su voz inocente posee una fuerza de atracciòn superior a la de los grandes» (17 de Febrero de 1968).


Tercera apariciòn de la Virgen 13 de Julio 1917


 El 13 de Julio llegaron a Cova d'Iria màs de 2.000 personas. La gente era tanta que los niños llegaron con dificultad hasta el arbolito: se arrodillaron y Lucìa comenzò el Rosario. Exactamente al mediodía se manifestó la apariciòn.

«¿Qué queréis de mì?» preguntò Lucìa. «Quiero que regreséis aquì el dìa 13 del pròximo mes; que continuéis a rezar el Rosario todos los dìas en honor de la Virgen del Rosario...» respondiò la Señora. «Quisiera pediros que me digàis quién sòis y que hagàis un milagro para que todos crean que vos nos aparecéis», implorò Lucìa. La bella Señora respondiò: «Continuad a venir aquì todos los meses. En Octubre diré quién soy y lo que quiero y, para que todos crean, haré un milagro que todos veràn».

Lucìa pidiò gracias para muchos enfermos y para otros casos difìciles. La Virgen siempre respondía de rezar todos los dìas el Rosario, especialmente en familia: esa era la condición general para obtener las gracias. En fin, la Señora dijo: «Sacrificàos por los pecadores. Y decid a menudo, especialmente haciendo algùn sacrificio: “Oh Jesùs, es por amor vuestro, por la conversiòn de los pecadores y en reparaciòn de los pecados cometidos contra el Corazòn Inmaculado de Marìa”».

«Diciendo estas palabras - continua Lucìa - Ella abriò nuevamente las manos, como en los dos meses anteriores. El reflejo que esas irradiaban parecìa penetrar en la tierra, y vimos como sumergidos en un mar de fuego a los demonios y a los condenados, casi como si fueran carbones transparentes y negros en forma humana, que flotaban en el incendio que se elevaba de las llamas que ellos mismos despedìan como nubes de humo y que caìan después por todos lados, como el chispear en los grandes incendios. Sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y de desesperaciòn que terrorizaban y hacìan desmayar por el miedo. Los demonios se distinguìan por las formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones entre las brasas».

Jacinta, trastornada, se dejò escapar un grito desgarrador que todos los presentes oyeron: «¡Ah! ¡Virgen Santa!...». Lucìa, comentando aquella visiòn, escribiò: «Por fortuna la escena durò poco minutos y la gracia de Dios nos sostuvo, sino nos habrìamos muerto de miedo. Pero, continua siempre Lucìa, lo que màs me impresionò la mente y el corazòn fué la tristeza de aquella Señora al mostrarnos el Infierno».

«Habéis visto el Infierno, les dijo la Virgen con bondad y tristeza, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devociòn a mi Corazòn Inmaculado. Si haràn lo que os digo muchos se salvaràn y tendràn paz. La guerra està por terminar, pero si no cesan de ofender a Dios, bajo el pontificado de Pìo XI vendrà otra peor. ¡Cuando veréis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que eso es la gran señal que Dios os dà antes de castigar por sus delitos al mundo por medio de la guerra, el hambre, las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre! Para impedir esto volveré a pedir la consagraciòn de Rusia a mi Corazòn Inmaculado y la Comuniòn reparadora en los primeros sàbados. Si se observaràn mis solicitudes Rusia se convertirà y habrà paz; en caso contrario espacirà sus errores en todo el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia: muchos buenos seràn martirizados, el Santo Padre tendrà que sufrir, varias naciones seràn aniquiladas; en fin, mi Corazòn Inmaculado triunfarà. El Santo Padre me consagrarà Rusia la cuàl se convertirà y se le concederà al mundo un tiempo de paz».

Ante estas cosas horripilantes, vistas y oìdas, los niños quedaron casi desmayados. Después Lucìa le preguntò a la Señora: «¿No queréis màs nada?» «No, hoy no te pido màs nada».

Entonces se oyò como un gran trueno y la Virgen se elevò, como siempre, hasta desaparecer en la inmensidad del cielo.

La visiòn del infierno y las profecìas que se referìan a Rusia y al futuro incierto del mundo, constituyen las primeras dos partes del secreto de Fàtima, aquel secreto que serà causa de tantos sufrimientos para los tres pastorcillos. Lucìa revelò estas dos primeras partes del secreto de Fàtima algunos años después, cuando ya era monja. 


FATIMA, LLAMADA A LAS VERDADES ETERNAS DE LA FE

En esta tercera apariciòn la Virgen le prometiò a los niños un milagro (que tuvo lugar el 13 de Octubre) para que todos creyeran; e hizo ver el Infierno a donde van a parar todos los que no aman a Dios y que Lo combaten.

Niños, ¿saben lo que sucede después de la muerte? Comienza la vida eterna, o sea, la vida que no tendrà nunca fin, ni siquiera después de millares de millones de años... ¿Y qué serà de nuestra alma en la eternidad?
Si somos buenos y santos en esta vida, aceptando con resignaciòn los sufrimientos que el Señor nos manda; haciendo el bien a todos y no queriendo mal a nadie; quedando unidos a Jesùs en los Sacramentos de la Confesiòn y de la Comuniòn, y a Marìa con el rezo diario del Rosario, iremos al CIELO.

Pero, ¿qué es el Cielo? Es el Paraìso, el goce eterno de Dios, ùnica alegrìa de nuestra alma.

La Virgen en las primeras apariciones dijo: «Yo soy del Cielo», y habìa prometido a Lucìa, Francisco y Jacinta que los habrìa llevado consigo al Cielo, y habìa declarado que Marìa das Neves, la jovencita que habìa muerto en Fàtima poco antes, estaba ya en el Cielo.

Los tres pastorcillos habìan quedado tan fascinados con la belleza del Cielo, que habìan vislumbrado a través de la Señora «màs resplandeciente que el sol», que no deseaban otra cosa que ir allà ràpido. Cuando en Agosto los amenazaron de muerte, dijeron: «Bien, ¡nos mataràn e iremos pronto al Cielo!» Nada, ni siquiera la probabilidad de una muerte lenta en el aceite hirviente, podìa detenerlos en el lance hacia el Cielo, el cual era lo único que anhelaban sus almas.

Me preguntarán: Pero si cuando morimos no somos todavìa perfectamente buenos, ¿a donde iremos?  En la primera apariciòn la Virgen le respondiò a Lucìa, que le preguntaba sobre la otra muchacha que habìa muerto hacìa poco: «Amelia està todavìa en el PURGATORIO».

El Purgatorio, niños, es un lugar de grandes sufrimientos en el cuàl se està privados de la vista de Dios y de cualquier otro bien, hasta cuando nuestra alma no esté perfectamente “purgada”, es decir purificada, para poder entrar en el Cielo.

¿Podemos evitar el Purgatorio? Claro que sí: aceptando los sufrimientos que el Señor nos manda y rezando mucho. Cuando Lucìa pregunto si también Francisco habrìa ido al Cielo, la Virgen respondiò: «Sì, pero tendrà que rezar muchos Rosarios»; quiere decir que el pastorcillo, aùn, tan bueno, tenìa todavìa imperfecciones que habrìa podido eliminar con la oraciòn, sobretodo con el Rosario.

Pero si cuando muramos no estaremos en gracia de Dios, es decir que tendremos pecados graves de los cuales no nos habremos arrepentido, nuestra alma irà al INFIERNO.

¿Y qué es el Infierno? El Infierno es el padecimiento eterno de la falta de Dios, nuestra felicidad; los que allì van no pueden ver a Dios y estar con El; no tienen ningùn bien sino que padecen todo lo que los pastorcillos vieron.

Niños mìos, hoy muchos dicen que el Infierno no existe, y que no hay que hablar de eso porque son cuentos de hadas tontos. Pero basta reflexionar en lo que vieron los niños en Fàtima, y que Lucìa ha descrito, para convencernos de lo contrario.

¿Por qué la Virgen quizo que los tres pastorcillos vieran el Infierno? Claro que no fue para asustarlos, sino para que también nosotros creyéramos en esta tremenda realidad, y para que también nosotros nos empeñàramos para no terminar allì adentro y para que ninguno vaya. ¿Cómo? Haciendo lo que hicieron Lucìa, Francisco y Jacinta: rezando y haciendo sacrificios por los pobres pecadores, segùn lo solicitado por la Virgen.


Cuarta apariciòn de la Virgen 19 de Agosto de 1917

El  13 de Agosto se reunieron en Cova di Iria 15.000 personas màs o menos, pero los tres pastorcillos no llegaron a la cita porque habìan sido arrestados por el Alcalde de Vila Nova de Ourem, que no amaba a la Virgen y que no querìa que la gente creyera en las apariciones. El 15 fueron liberados y el 19, mientras apacentaban el rebaño en el lugar llamado “Valinhos” (pequeños valles) volvieron a ver a la bella Señora.

«¿Qué queréis de mì?» preguntò una vez màs Lucìa. «Quiero que continuéis a ir a Cova di Iria el dìa 13 y que continuéis a rezar el Rosario todos los dìas».

A la repetida solicitud de Lucìa, que le rogaba una vez màs que hiciera un milagro para que todos creyeran, la Virgen respondiò:  «Sì. En el ùltimo mes, en Octubre, haré un milagro para que todos crean en mis apariciones. Si no te hubieran llevado a Vila Nova el milagro habrìa sido màs estrepitoso».

Después Lucìa se acordò del encargo que le habìa dado la señora Marìa Carreira y preguntò: «¿Qué queréis que se haga con el dinero y los demàs donativos que el pueblo deja en Cova di Iria?» «Que se hagan dos pequeñas andas; una la llevaràs tù, Jacinta y otras dos niñas, vestidas de blanco; la otra la llevarà Francisco y tres niños de la misma edad, también ellos vestidos con un manto blanco. El resto del dinero es para la fiesta de la Virgen del Rosario».

La muchachita rezò entonces por los enfermos que le habìan recomendado: «Sì, a algunos los curaré durante el año, dijo la Virgen; y asumiendo un aspecto muy triste añadiò: Mirad que muchas almas van al Infierno porque no hay quién se sacrifique y que rece por ellos: rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores».

Entonces la Señora se elevò como siempre hacia oriente, dejando en los tres pastorcillos una gran nostalgia del Cielo, y un deseo, una verdadera “hambre” de sacrificios para abrirle a muchos pecadores la puerta del Paraìso.

EL ROSARIO Y LOS PECADORES

«Rezad, rezad mucho por los pecadores... muchas almas van al infierno porque no hay quién se sacrifique y rece por ellas». Son las palabras acongojadas que la Virgen dirigiò a los pastorcillos de Fàtima. En cada apariciòn habìa repetido: «Rezad el Rosario todos los dìas».

Para salvar a los pecadores de la condenación eterna la Virgen pide la oraciòn de los niños, y especifica que tipo de oraciòn Ella quiere. ¿Qué relaciòn hay entre los niños que rezan el Rosario y la salvaciòn de los pecadores? Tratemos de explicarlo:

Dado que en Jesùs formamos todos una sola familia, la oraciòn de los hijos màs pequeños, inocentes, puede reparar las ruindades y las blasfemias de los màs grandes. Cuando en el Ave Marìa un niño le dice a la Virgen: «... ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte», algùn pecador, quizàs ya desesperado en punto de muerte, vé cerca de él a la Virgen que le sonrìe y que le dice: «Sì, hijo mìo, aquì estoy, vengo para ayudarte...» «Pero yo no te conozco, responde aquel pecador maravillado y feliz, ¡no te he llamado!» «Un niño inocente me llamò en tu nombre, rezando el Rosario. Es como si lo hubieras dicho tù: sòis todos hijos mìos, y os quiero a todos en mi Corazòn. Dàle, pide perdòn a Dios de las muchas cosas feas que has hecho y ven conmigo. Ven a mi Corazòn, te llevaré finalmente a Casa: ¡es tanto que te estoy esperando!»

¿Han entendido, niños? Ataréense  entonces, rezando el Rosario: solos, pero sobretodo con sus amigos, con sus seres queridos, formando Nidos de Oraciòn. Piensen que cada Ave Marìa que dicen es una rosa que ofrecen a la Virgen, es un hermano suyo màs grande que hacen regresar a Casa, en el Corazòn de la Mamà y en el Corazòn de Dios Padre.

 


Quinta apariciòn de la Virgen 13 de Septiembre de 1917

Mientras tanto llegò el mes de Septiembre. El 13, como siempre, Lucìa le ordenó al pueblo rezar el Rosario que ella misma iniciò y guiò. Todos los presentes, de rodillas, respondieron en voz alta. No habìan terminado de rezar que el “relàmpago” anunciò la llegada de la Señora.

«¿Qué queréis de mì?» preguntò una vez màs Lucìa. «Continuad a rezar todos los dìas el rosario de la Virgen del Rosario, para obtener el final de la guerra», respondiò la blanca Visiòn. Después insistiò para que no faltaran el 13 de Octubre, y confirmò que habían venido San José y el Niño Jesùs para darles la paz al mundo, y Nuestro Señor para bendecir al pueblo, y después la Virgen en las figuras de “Virgen Dolorosa” y de “Virgen del Carmen”.

Lucìa rezò por muchos enfermos que le habìan recomendado; le respondiò que habrìa curado algunos, a otros no «porque el Señor no se confiaba en estos ùltimos»; es decir, ellos habrìan usado mal el don de la curaciòn para daño de la propia alma.

La niña expresò después el deseo del pueblo que querìa construir una capilla en el lugar de las apariciones: la Señora consintiò. En fin Lucìa dijo: «Muchos dicen que yo soy una tramposa que merezco que me ahorquen o que me quemen viva. ¡Haced un milagro para que todos crean!» «Sì, en Octubre haré el milagro para que todos crean», confirmò otra vez la Señora.

Algunas mujeres le habìan dado a la niña dos cartas y una botellita de perfume para ofrecerlas a la Virgen: Lucìa lo hizo pero oyò responder: «Estas cosas no sirven en el Cielo».

Y la espléndida Visiòn se elevò al Cielo hasta desaparecer.

LOS SACRIFICIOS Y LOS PECADORES

En todas las apariciones la Mamà del Cielo le pide a los niños oraciones y sacrificios. Hemos visto que relaciòn hay entre el Rosario y la conversiòn de los pecadores; ahora veamos por qué también con los sacrificios se puede salvar a los pecadores.

Vean, niños, cuando Dios Padre decidiò hacer volver a los hombres a su Corazòn, mandò a la tierra a su hijo unigénito Jesùs para que con el sufrimiento y con la humillaciòn de la cruz los liberara del pecado. Junto con Jesùs la Virgen también diò una grandìsima contribuciòn de amor y de dolor.

Con el ejemplo de ellos, los que aman al Padre del Cielo y a los hermanos de la tierra, tienen que estar dispuestos a hacer lo que el Angel de la Paz dijo a Lucìa, Francisco y Jacinta, cuando ellos le preguntaron como tenìan que sacrificarse: «De todo lo que podéis. respondiò el Angel, pero sobretodo aceptando dìa tras dìa lo que el Señor querrà enviaros».

Por lo tanto, los sacrificios que tenemos que hacer son de dos clases:
1) Los pequeños sacrificios voluntarios;
2) Decir siempre «sì» en cada momento de la jornada, sin lamentarse de nada: aceptar en silencio las humillaciones y los regaños, aunque no sean merecidos; soportar con paciencia una enfermedad, un sufrimiento, la pérdida de una persona querida; perdonar a los que nos ofenden sin vengarnos; no hacer caprichos cuando no se puede tener lo que se quisiera.

Dado que la invitaciòn a la oraciòn y al sacrificio vale para todos los niños del mundo, empéñense  también ustedes, con el ejemplo de los tres pastorcillos, a responder con generosidad a lo solicitado por el Angel y por la Virgen.


Sexta apariciòn de la Virgen 13 de Octubre de 1917

 

Mientras tanto en todo Portugal y en todo el mundo se habìa difundido la noticia que el dìa 13 de Octubre, en Cova di Iria, había tenido lugar un estrepitoso milagro. Y asì, desde los pueblos màs lejanos de Portugal, y también de otras naciones, millares y millares de peregrinos se dirigieron hacia Fàtima. En medio de la gran muchedumbre de fieles y de curiosos habìan cientìficos, periodistas, fotògrafos y literatos. 


Leamos la descripciòn que nos ha dejado el periodista no creyente Avelino de Almeida, enviado especial de “O Seculo”, el màs importante de los diarios de Lisboa: «En el camino encontramos los primeros grupos de peregrinos, casi todos descalzos... rezan el Rosario con devota melodìa... el cielo està totalmente cubierto y comienza un aguacero. Pero nadie pierde la paciencia y prosiguen la marcha con impresionante resistencia».

¿Cuantos eran los peregrinos aquel dìa? Algunos dicen cincuenta mil, otros setenta mil, y otros hasta cien mil. Ya desde el dìa 12, en aquel lugar bendito, habìa una enorme muchedumbre que habìa pasado la noche al aire libre, bajo la lluvia, rezando y cantando.

Los tres pastorcillos llegaron al lugar de las apariciones poco antes de mediodìa. Comenzaron a rezar el Rosario bajo la lluvia; de repente Lucìa ordenò: «¡Cerrad los paraguas!» Todos obedecieron y enseguida cesò la lluvia. Después, al mediodía en punto se viò el “relàmpago”: «¿Qué queréis de mì?» preguntò como siempre Lucìa. «Quiero decirte que se construya aquì una capilla en mi honor. Yo soy la Virgen del Rosario. Continuad a rezar el Rosario todos los dìas. La guerra està por terminar». «Tengo muchas gracias que pediros. ¿Las daréis?» «Algunas sì, otras no. Es necesario que se enmienden, que pidan perdòn por sus pecados». Después, con una mirada muy triste, añadiò: «Que no ofendan màs al Señor que està ya muy ofendido».

La Virgen comenzò entonces a subir hacia el Cielo; pero antes de desaparecer abriò las manos y de ellas emanò una luz que fué a golpear el sol. Al lado del sol los pastorcillos vieron a San José, al Niño Jesùs y a la Virgen, es decir a la Sagrada Familia; después vieron a Jesùs y a la Virgen Dolorosa: Jesùs bendecìa al mundo; en fin vieron a la Virgen del Carmen. De repente Lucìa gritò: «¡Mirad el sol!»

El cielo estaba nublado pero enseguida las nubes se abrieron y todos vieron el sol: era un sol extraño, como una esfera de plata que se podìa mirar fijo sin que molestara los ojos. De repente comenzò a dar vueltas vertiginosamente sobre sì mismo, parecido a una rueda de fuego, proyectando en todas las direcciones haz de luces amarillas, verdes, rojas, azules, violetas... que coloreó fantásticamente las nubes del cielo, los àrboles, las rocas, la tierra y la inmensa muchedumbre. Se detuvo por algunos momentos y después volviò a comenzar de nuevo su danza de luces, como una giràndula riquìsima. Se parò todavìa para volver a comenzar por tercera vez aquel fuego artificial en modo màs variado, màs colorado y màs brillante.

La multitud, estàtica, contemplaba sin chistar.

¡De golpe todos tuvieron la sensaciòn de que el sol se desprendìa del firmamento y precipitaba encima de ellos! Un grito ùnico, inmenso, brotò de cada pecho; expresaba el terror de todos y en las diversas exclamaciones se revelaron los diversos sentimientos: «¡Milagro! ¡Milagro!» dijeron algunos; «¡Creo en Dios!» exclamaron otros; «¡Ave Marìa!» rezaron otros todavìa; «Dios mìo, misericordia!» gritò la mayor parte y, cayendo de rodillas en el lodo rezaron en voz alta el acto de dolor, convencidos de que estaban por morir.

En fin, el sol dejò de “bailar” y regresò a su puesto, y comenzò a brillar como siempre en modo que nadie màs pudo mirarlo fijo. La ùltima, inexplicable, maravilla fué que toda aquella gente que pocos minutos antes estaba empapada, después del milagro se encontrò completamente seca.

El milagro del sol fué el màs estrepitoso que se hubiese visto nunca en el mundo. Tanto màs grande en cuanto los tres pastorcillos habìan dicho con meses de anticipaciòn cuando y donde tal milagro habrìa tenido lugar.

¿Por qué la Virgen quizo hacer este estupendo milagro? Para demostrarle a todos que Lucìa, Francisco y Jacinta decìan la verdad, y para hacer entender que las cosas que decìan eran muy importantes. Y efectivamente son las cosas màs importantes que se puedan desear: la Paz y el Amor entre los hombres.
Y dado que la Virgen se dirigiò particularmente a los niños, ahora nos dirigimos a  ustedes, pequeños lectores, para que puedan reflexionar sobre las palabras de la Mamà del Cielo, y ponerlas en pràctica.

Efectivamente, la historia de Fàtima no se cierra con la ùltima apariciòn del 13 de Octubre, y no concierne solo a Lucìa, Francisco y Jacinta, sino que continua en cada tiempo y en cada àngulo de la tierra, allà en donde un niño acepta la invitaciòn de la Mamà del Cielo, se dona a Ella, se empeña en rezar todos los dìas el Rosario y en aceptar todo lo que el Señor querrà enviarle para consolar el Corazòn de Dios tan ofendido, para convertir a los pecadores, para el Triunfo del Corazòn Inmaculado de Marìa, que es el triunfo del Amor y de la Paz.

MI CORAZÓN INMACULADO TRIUNFARÁ

El triunfo del Corazòn Inmaculado de Marìa es el triunfo del Espìritu Santo, Espìritu de Amor, es decir el triunfo de Dios, que volverà a reinar en el corazòn de cada hombre después de haber sacado del mismo el odio y el pecado.

Adàn y Eva, las primeras dos criaturas humanas, apenas fueron creadas estaban llenas de Amor porque tenìan en el corazòn al Espìritu Santo, es decir a Dios mismo que es todo Amor.

Satanàs, el Angel que se puso primero contra Dios diciéndole «No», los convenciò de que desobedecieran como habìa hecho él. Esta primera desobediencia fué el primer pecado de los hombres y por eso se llama “pecado original”. Con ella Adàn y Eva echaron de su corazòn al Espìritu de Amor e hicieron entrar a Satanàs, el espìritu del odio y del mal, y este pecado se transmitiò de padres a hijos e hizo ver sus frutos ya en los primeros hijos de Adàn y Eva cuando Caìn matò a su hermano Abel. Hoy vemos cuantas veces se renueva en el mundo este odio entre los hombres, que es fuente de dolor para el Corazòn del nuestro Padre del Cielo.

Pero Dios continuò amando a los hombres también después de que Lo habìan ofendido, y quizo venir en medio de ellos, ya sofocados por el odio, para liberarlos del mal y darles de nuevo la alegrìa, la paz y la libertad de los hijos de Dios.

Para poder regresar entre sus hijos que Lo habìan echado del corazòn con la desobediencia El necesitaba una criatura que se donase a El con una obediencia total; por esto mandò al Arcangel Gabriel a donde Marìa de Nazareth - la màs pura y buena muchacha de la tierra - para preguntarle si estaba dispuesta a donarse a El. Marìa respondiò: «He aquì la sierva del Señor, se haga de mì segùn tu palabra». Es decir que le dijo su «Sì» a Dios, reparando el «No» de Eva. Y asì como Eva habìa echado al Espìritu Santo de su corazòn con su «No», asì mismo Marìa lo hizo regresar con su «Sì». Desde ese momento el Espìritu Santo estableciò para siempre su morada en el Corazòn de Marìa y desde Ella se irradia para echar del corazòn de cada hombre a Satanàs, osea el odio, y para que regrese El, el Amor.

Por lo tanto el triunfo del Corazòn Inmaculado de Marìa es el triunfo del Espìritu de Amor. ¿Pero como sucederà esto? Precisamente con la consagraciòn a la Virgen. Cuando le decimos: «Mamà, te doy corazòn y voluntad por la eternidad; salva la humanidad», nosotros nos donamos a Ella, asì como Ella se donò a Dios; le decimos «Sì» a Ella como Ella lo dijo a Dios. Y dado que en Ella està la plenitud del Espìritu Santo, es decir del Amor, nosotros, con la consagraciòn a Ella le decimos «Sì» al Espìritu de Amor que vive en Ella y que de Ella se transmite a nosotros.

¿Recuerdan, niños, lo que sucediò cuando Lucìa, Francisco y Jacinta se consagraron a la Virgen en la primera apariciòn respondiendo «Sì» a su invitaciòn? Ella abriò las manos y de ellas partiò una luz que los penetrò a todos: «aquella Luz era Dios»   , dijo después Lucìa. Los tres pastorcillos fueron iluminados, transformados y renovados por el Espìritu Santo.

Lo mismo sucede en cada uno de nosotros que nos consagramos a Marìa. Hay un cambio de Amor: nosotros le damos nuestro corazòn lleno de miserias y nuestra voluntad tan debil e incierta, y Ella nos dona Su Corazòn lleno de Amor, y Su fuerte y total voluntad de bien. Nos transmite el Espìritu Santo extendiendo en nosotros el Reino de Amor del Padre, y hace de nosotros sus colaboradores para continuar este Reino también en los otros hombres. El significado màs profundo y substancial de la consagraciòn  es precisamente este: ofrecerse a Dios, trabajar con Ella en la construcciòn del Reino de Dios en cada alma.

Es una tarea seria, que tenemos que mantener toda la vida. Pero para que se pueda hacer esto es necesario que se le dé a nuestra alma una fuerza siempre nueva con el Rosario y con la Comuniòn diaria: sacar asì, dìa tras dìa, la fuerza para “aceptar y ofrecer todo lo que el Señor querrà enviarnos” para la conversiòn de los pecadores, para la Paz en el mundo y para consolar el Corazòn afligido de Dios.