LOS TRES PASTORCILLOS


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Lucìa, Francisco y Jacinta: tres niños como muchos otros. Pero sobre ellos el Amor de Dios tenìa unos planes muy particulares, y efectivamente ellos se volvieron los actores de la màs espléndida aventura que pueda vivir una criatura humana: ver los Angeles y la Santa Virgen, hablar con ellos, ser penetrados por la Luz de Dios y volverse testigos del Amor y de la Fé en un mundo sin Dios, y por lo tanto lleno de odio.

Nacieron en Fàtima, un pueblito pequeño de Portugal. En la época de nuestra historia, en 1917, Lucìa tenìa diez años, Francisco casi nueve y Jacinta siete; estos ùltimos eran hermanos y primos de Lucìa. No iban a la escuela porque, siendo muy pobres, ayudaban  a sus familias llevando a pastar a las ovejas que poseìan.

Siguiendo  las descripciones de sus parientes y los testimonios de los que los conocieron, podemos hablarles en manera bastante exacta de estos pequeños. Comenzamos con Lucìa:

LUCIA

Nació el 22 de Marzo de 1907. Sana y robusta, cabellera poblada y negrìsima, nariz un poco aplastada, labios gruesos y boca grande, no era de facciones delicadas. El único atractivo en su rostro moreno y redondo eran los grandes ojos negros que brillaban bajo las pobladas cejas.

De ìndole dulce, y fuerte al mismo tiempo, ejercìa una atracciòn particular en sus primos y era siempre ella la que tomaba las decisiones acerca del lugar a donde llevar a pastar a las ovejas, de los juegos que jugar, del modo de emplear el tiempo en las largas jornadas de verano mientras los padres estaban en el trabajo. La hermana de Lucía, Marìa dos Anjos narra de ella: «Lucìa amaba mucho a los pequeñitos y ellos se encariñaban con ella; a menudo reunìa hasta diez o doce en el patio de su casa y organizaba con ellos procesiones, hacìa altarcitos, jugaban a los botones, al escondido, a las piedras, a correr al que huye, y cuando estaban cansados se sentaban a la sombra de las higueras y ella comenzaba a contar historias sin fin, algunas que habìa oìdo y otras que se inventaba».

Inteligentísima y con una memoria tenaz, sacaba material para sus cuentos de las lecciones de catecismo que la madre le daba todas las noches a sus hijas y a otros niños. Narra siempre la hermana Marìa dos Anjos: «Nuestra madre sabìa leer pero no sabìa escribir. Todas las noches, especialmente en invierno, nos leìa un pedazo del Antiguo Testamento o del Evangelio, o también alguna anécdota sobre las apariciones de Lourdes. Durante la Cuaresma, las lecturas trataban de la Pasiòn de Nuestro Señor. Lucìa aprendìa todo de memoria y después se lo contaba a los pequeños».

Aprendiò tan bien el catecismo que apenas a la edad de seis años pudo recibir la Primera Comuniòn, mientras que a los demàs niños no se le permitìa antes de los diez años.

Muy sociable y franca, afectuosìsima con el papà y con la mamà, encontraba siempre la manera de hacerse amar. Entre las contemporàneas ella resaltaba - ademàs de la personalidad - también por una punta de vanidad en el adornarse para las fiestas con particular elegancia y buen gusto. «Verdaderamente - escribiò después ella misma - la vanidad era mi mayor defecto».
Teresa Matìas, una antigua compañera, dice de ella: «Lucìa era muy alegre. Nos amaba mucho y asì nosotros gozàbamos estando con ella. Era muy inteligente, cantaba y bailaba bien y sabìa enseñarnos hermosas canciones. Todos nosotros le obedecìamos».

FRANCISCO

Ojos obscuros, carita redonda, boca pequeña, mentòn lleno: no tenìa en él rasgos duros, caracterìsticos de los serranos. Naciò el 11 de Junio de 1908.

De caràcter excepcionalmente afable y pacìfico, era alegre y amable con todos; le gustaba jugar como todos los muchachos del mundo, pero siempre sin polemizar, y preferìa ceder antes que pelear. Pero esto no quiere decir que no tuviera energìa y valor, por el contrario no demostraba miedo de ir solo, de noche, en cualquier lugar obscuro.

De conciencia delicadìsima y recta, no hacìa nunca lo que no consideraba honesto: una vez la mamà le ordenò de llevar el rebaño a un terreno de propiedad de la madrina Teresa, pero a la cuàl no se le habìa pedido el permiso porque estaba ausente. Francisco se negò a ir, y le respondiò serio a la madre, que le diò un sonoro bofetòn por su negativa: «Madre mìa, ¿quizàs es que quiere que aprenda a robar?» Llevò las ovejitas a aquel lugar solo al dìa siguiente, después de haberle pedido permiso a la madrina.

De caràcter franco e incapaz de fingir, mostraba una madurez mayor para su edad. «Habrìa sido un hombre», decìa de él su mamà Olimpia.

Alma contemplativa, no se cansaba nunca de admirar las bellezas de la Creaciòn, particularmente el inmenso cielo estrellado y el esplendor del sol al levantarse y en el ocaso.

Alma de poeta, pasaba horas y horas tocando su flauta de caña, sentado sobre una piedra. Amaba todos los animales, pero especialmente los pajaritos, de los cuales le gustaba imitar los gorjeos, y no soportaba que los quitaràn del nido. Un dìa viò a un compañero con un gorriòn en las manos, y logrò hacerselo dar en cambio de una moneda, y después lo dejò volar diciéndole: «¡Tén cuidado, que no te cojan otra vez!»

Un episodio idéntico, y casi con las mismas palabras, pueden leerlo en la vida de San Francisco de Asis. El pequeño Francisco de Fàtima no conocía esto, y probablemente no habìa ni siquiera oìdo hablar mucho de su santo patrono; pero Dios, que llena de sì a cada alma dispuesta a aceptarLo, se divierte a veces en renovar - siempre igual y siempre nuevo - estos prodigios: después de setecientos años, en el pequeño pastorcillo de Fàtima palpitaba el mismo Espìritu de Amor por el sol, las plantas, los animales, y
por todas las criaturas, que vibraba en el rico y brillante mercante de Asis.

JACINTA

Era la màs pequeñita de los tres pues naciò el 11 de Marzo de 1910. Ojos claros muy vivaces, lineamentos regulares, cara redonda, labios delgados; era muy parecida al hermano en el aspecto exterior, pero muy distinta de él en el caràcter: efectivamente, aùn si era tratable durante los juegos se dejaba dominar facilmente por los antojos; en esos casos no habìa otra cosa que hacer que ceder y hacer lo que ella querìa. Extraordinariamente sensible se conmovìa hasta las làgrimas cuando oìa narrar los sufrimientos de Jesùs, y repetìa: «Pobre Jesùs, no debo cometer más pecados, no quiero que Jesùs sufra màs».

Como su hermano Francisco - y quizàs màs - estaba enamorada de la naturaleza, de las flores, de los animales, especialmente de las ovejitas que llamaba por su nombre y de los corderitos a los que amaba llevar en brazos y besar con ternura. Dotada de un exquisito sentido musical, a menudo hacìa resonar por los campos su voz melodiosa, entonando los armoniosos cantos religiosos de su tierra; tenìa una verdadera pasiòn por la danza y un excepcional sentido del ritmo: apenas Francisco, o cualquier otro pastorcillo entonaba una melodía, ella comenzaba a danzar junto con Lucìa, con una gracia y una vivacidad ùnicas.

Unida a la primita con una profunda amistad trataba siempre de estar con ella. Asì fué que, cuando Lucìa tuvo el encargo de parte de los padres de llevar las ovejitas a pastar, ella no dejò ni respirar a la mamà hasta que obtuvo el permiso de seguirla con el pequeño rebaño de su familia, junto con el hermanito Francisco.

Asì como Francisco ella tenìa un amor total por la verdad, y reprochaba a su madre cuando esta, por ejemplo, decìa que iba a un lugar y después iba a otro: «Oh, mamà, haz mentido... ¡decir mentiras es una cosa fea!». Si cometìa cualquier falta se excusaba enseguida y prometìa que no lo harìa màs.

*  *  *

Los pastorcillos eran tres niños como ustedes, pequeños lectores. Como era tradiciòn en cada familia de Fàtima, todos los dìas rezaban el Rosario; pero para poder disponer de màs tiempo para el juego habìan ideado un nuevo sistema para rezarlo. Efectivamente Lucìa nos narra: «Nos habìan recomendado que después de la merienda rezàramos el Rosario; pero como el tiempo para el juego nos parecìa siempre demasiado corto encontramos el modo de terminarlo ràpido. Recorrìamos el rosario diciendo Ave Marìa, Ave Marìa, y al final del misterio decìamos sosegadamente el Padre Nuestro, terminando asì, brevemente, nuestra oraciòn».

Como ven tenían muchas virtudes, pero también defectos. Precisamente como ustedes. Fué la Virgen la que transformò a estos niños en tres heroes de santidad, invitándolos a ayudarla para que venga el Amor al mundo. Desde el momento en que dijeron su “Sì” y se consagraron a Ella, empeñàndose en “sacrificarse y  rezar” por los pobres pecadores y por la Paz en el mundo comenzó su gozosa aventura.

La Virgen harà lo mismo con ustedes, mis pequeños amigos, si se dieran  a Ella y rezaran el Rosario. 

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