En Fátima San Miguel Arcángel, dando la Comunión a los tres pastorcitos, confirmaba el decreto “Quam singulari” emanado 6 años antes por San Pío X. Francisco y Jacinta, de hecho, todavía no tenían 10 años, edad acostumbrada para la Primera Comunión en su parroquia y eran totalmente analfabetos y no tenían ninguna preparación catequística.

Leemos de las “Memorias” de Sor Lucia:

Se pasó mucho tiempo  y fuimos a pastorear nuestros rebaños a una propiedad de mis padres que queda en la ladera del monte ya mencionado, un poco más arriba de los Valiños. Es un olivar al que llamábamos Pregueira. Después de haber merendado decidimos ir a rezar a la gruta que quedaba al otro lado del monte.

En cuanto llegamos allí, de rodillas con el rostro en tierra, comenzamos a repetir la oraci6n del ángel: "Dios mío, yo creo, adoro, espero y Te amo ... etc." No sé cuantas veces habíamos repetido esta oración cuando advertimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos incorporamos para ver lo que pasaba y vimos al ángel teniendo en la mano izquierda un Cáliz sobre el cual esta suspensa una Hostia de la que caen algunas gotas de Sangre dentro del Cáliz.

El Ángel deja suspenso el Cáliz en el aire, se arrodilla con nosotros y nos hace repetir tres veces: "Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazon y del Corazón Inmaculado de Maria Te pido la conversión de los pobres pecadores".

Después se levanta, toma en sus manos el Cáliz y la Hostia; me da la sagrada Hostia a mi, y la Sangre del Cáliz la divide entre Jacinta y Francisco diciendo al mismo tiempo:  “Tomad y bebed el Cuerpo y Sangre de Jesucristo horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios". Postrándose de nuevo en tierra repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: "Santísima Trinidad ... etc.", y desapareció.


Nosotros permanecimos en la misma actitud repitiendo siempre las mismas palabras y, cuando nos levantamos, vimos  que anochecía y, por lo tanto, era hora de volver a casa.”